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Todo comenzó en medio del caos y la desesperanza provocados por la pandemia. En un momento en que muchos apenas comprendían qué era el COVID-19, y mucho menos sus consecuencias, surgieron relatos en barrios y callejones sobre latinoamericanos que atravesaban Centroamérica con destino a Estados Unidos. Se decía que no era tan difícil y que con poco dinero se podía alcanzar el sueño americano.
Así nació una de las frases más populares de esa trágica etapa: “La vuelta es México”. Más resonante que los dembows de El Alfa, esta consigna se convirtió en un lema de escape.
Los primeros cruzaron, y pronto se desató un éxodo masivo. Algunos pueblos dominicanos, literalmente, se vaciaron de juventud. La gente sacaba pasaportes a un ritmo nunca antes visto, vendía sus pertenencias y pedía dinero prestado con la promesa de pagar al llegar al norte. La ruta era clara: llegar a Guatemala, cruzar hacia México, hospedarse en Tapachula y, con la ayuda de coyotes —por entre 3,000 y 7,000 dólares—, avanzar hacia la frontera con EE.UU. Otros emprendían el viaje desde Sudamérica o el Caribe, e incluso algunos, aunque pocos, se arriesgaban a cruzar la peligrosa selva del Darién.

«La vuelta es México», se repetía cada vez más. Los que llegaban alentaban a los demás, compartiendo historias de éxito por todo el país. Una foto en Times Square, en la emblemática escalera roja, se convirtió en símbolo de triunfo.
He de admitir que cada día me sorprendía más la valentía de muchos amigos. Algunos apenas habían visitado Santo Domingo unas pocas veces, pero lograron llegar. Luego de pasar por varios países, montarse por primera vez en un avión y enfrentar múltiples peligros, lograron su cometido. Si algo define al dominicano es su determinación.
Para muchos, llegar a Nueva York fue un kachú. En plena pandemia, la ciudad parecía tierra de nadie. No llegaron solos: cientos de miles de otros migrantes también arribaron. Los dominicanos pasaron casi desapercibidos, como si siempre hubieran estado allí. “El dominicano se adapta rápido”, me decía un amigo colombiano.
Y así fue. Rápidamente comenzaron a producir. Algunos con metas claras, otros simplemente disfrutando un sueño que parecía inalcanzable desde una loma de Villa Altagracia. “Estamos aquí; que salga el sol por donde sea”, decía El Pimpi, un vendedor de frituras del Capotillo que ahora vendía frutas en Jerome Avenue, Bronx. Vendió su carrito de comida y pidió 300,000 pesos prestados al 20% mensual. Con eso y sus ahorros, financió su pasaje al “paraíso”.
En ese entonces, Nueva York estaba llena de oportunidades. Muchos residentes legales y ciudadanos recibían beneficios de desempleo: algunos ganaban entre \$600 y \$1,200 semanales sin trabajar. Esto abrió espacio para que los recién llegados tomaran los empleos disponibles. Y llegaron a producir desde el primer día.
Las cosas marchaban bien para los dominicanos. La mayoría tenía algún familiar en EE.UU., y los que no, encontraban pareja rápidamente. Las discotecas estaban llenas, y negocios informales surgían por todo el Bronx y el Alto Manhattan. Fueron muchas las mujeres que se arriesgaron: de todas las edades, muchas de ellas llegaron sin nunca haberse montado en un avión. Se adaptaron al sistema, accedieron a ayudas públicas, algunas quedaron embarazadas con la intención de tener un hijo ciudadano.
Muchas aprovecharon los refugios y luego obtuvieron apartamentos, seguro médico, transporte gratuito, cupones de alimentos y dinero en efectivo. No todos corrieron con la misma suerte: otros fueron deportados tras entregarse a las autoridades. Algunos pasaron meses detenidos en centros improvisados por el Departamento de Estado. También hubo quienes, al llegar y ver la realidad, optaron por devolverse voluntariamente, sin esperar a Trump.
Y llegó el hombre, compay.
Las elecciones del 2024 trajeron consigo una de las promesas más temidas: deportar a todos los indocumentados. El ganador fue Donald J. Trump. Y su compromiso con frenar la inmigración ilegal se sintió desde los primeros 100 días. En mis 30 años en EE.UU., nunca había visto persecuciones migratorias como las de ahora.
Agentes de inmigración arrestan a diario a cientos de indocumentados, incluidos muchos dominicanos. La incertidumbre reina. Muchos están trabajando para sostener a sus familias o pagar deudas. Al ingresar, lo hicieron de dos formas: algunos dieron información de un familiar que los recibiría hasta su cita con el juez; otros pidieron asilo político. Debido a la falta de jueces, los casos se programaron para fechas tan lejanas como 2035. Algunos lograron citas para 2028 o 2029.
Los que pidieron asilo (principalmente venezolanos y centroamericanos) obtuvieron permisos de trabajo y seguro social, con los que pudieron trabajar legalmente. Pero la gran mayoría de los dominicanos no califican para asilo, salvo excepciones como persecución política, orientación sexual, religión u otras causas contempladas por la ley. Muchos solicitaron el asilo y ahora no saben que hacer. Cuando le llegue la cita tendrán que presentar evidencias que pruebe que no pueden regresar al país. (Bobo)
Hoy, la administración Trump está adelantando las fechas de corte. Muchos que esperaban años ahora deben comparecer en semanas. Y varios han sido deportados inmediatamente. Otros optan por no presentarse, pero entonces reciben una orden de deportación en ausencia. El miedo es palpable. Algunos han dejado de salir a lugares públicos; otros siguen como si nada, en las calles del Bronx como si anduvieran por la Duarte en Santo Domingo.
Algunos intentan legalizarse mediante matrimonio, unos por amor y otros por conveniencia. Pero los recientes señalamientos sobre fraude matrimonial también han generado pánico. Una joven dominicana que llegó desde Chile me dijo: “Invertí 25 mil dólares para casarme, y ahora no sé si fue buena idea”.
Además, el gobierno ha impuesto nuevas tarifas para el proceso de asilo: \$1,000 por solicitud, \$500 cada seis meses para renovar el permiso de trabajo, y \$100 anuales para mantener el proceso activo. Estos cambios podrían modificar drásticamente el panorama, dependiendo de si se aplican de forma retroactiva o solo a nuevos solicitantes.
“La vuelta es México” desapareció. Hoy, la palabra más temida es ICE. Quien ve esas tres letras en el chaleco de un hombre blanco, alto y corpulento, sale corriendo como alma que lleva el diablo. Las redadas ocurren en casas, trabajos, elevadores, incluso en discotecas.
Muchos dominicanos ya han decidido regresar voluntariamente. El gobierno habilitó una plataforma para gestionar la deportación. Si te quieres ir del país solo tienes que presentarte al aeropuerto y te darán un vuelo de regreso. El gobierno anunció que dará $1000 dólares a quienes se auto deporten. El bono de esto es que esa milonga llegará luego de que estes en tu país. Aún no sabemos cómo llegará o si llegará en realidad. Algunos envían cajas al país, se preparan para partir. “Voy a trabajar dos o tres años, juntar \$30 mil dólares y me voy”, me dijo un amigo que ya compara su experiencia con la de un Haitiano en dominicana.
Continuará………..